domingo, 31 de agosto de 2014

Ser creyentes públicos

Hace tiempo que nos tienen aleccionados con esto de que las religiones han causado muchos males a la humanidad, y que las guerras más brutales han sido causa de los fundamentalismos religiosos.

Pues bien, hoy en día el mundo es laico, ¡al menos sus gobernantes! De hecho, la sociedad posmoderna nos ha inculcado que era conveniente -en favor de la convivencia y de la tolerancia- que la religión, y en consecuencia y sobre todo el cristianismo, quedase relegada al ámbito privado y familiar. Es el precio de la democracia...

¿Y qué tenemos? En el siglo XX se han cometido los crímenes más inmensos contra las personas, sus vida y sus dignidades, superando y de lejos con el Holocausto de la Segunda Guerra Mundial al genocidio del siglo XVI en el Nuevo Mundo. En el Occidente actual, hace pocos años, quien entonces fuese el presidente Bush, nos dijo que Dios le había dicho de hacer la guerra santa, pero todos sabemos que era por el petróleo. Los gobernantes más tiranos del Oriente Medio contra los que se ha alzado el pueblo oprimido en la 'primavera árabe' no eran precisamente los más religiosos ni fundamentalista, pero sí los más ricos. Pero incluso antes del siglo XX, cuando se mataba en nombre de la religión, sería bueno que nos preguntásemos si eso no pasaba más bien a causa del oro y la plata, en el caso de la América colombina, o para mantener el dominio de Roma sobre los países de la Reforma que habían iniciado una escisión del imperio en la próspera Edad Media, o cuáles eran los motivos reales en tantos y tantos casos en la Historia.

¿Qué pienso al respecto? Que nos han querido hacer creer que las culpables eran las religiones cuando realmente han sido -como siempre- los intereses de los poderosos (como ya hace cuatro mil años que lo denuncia la Biblia), y que estos poderosos se han sacudido de encima el hecho de ser vigilados por la ética de un pueblo creyente. Ahora nos han quitado la autoridad de poder recriminar públicamente desde la ética cristiana que lo que los gobernantes hacen, no está bien. No está bien asesinar, perseguir, reprimir, ni controlar a la población; no está bien ahogarla económicamente, ni robarle sus frutos, ni apartarla del acceso a la salud o a la formación. No está bien especular, desahuciar, ser usurero, acumular riquezas...

Aunque es cierto (y así lo puede testificar, por ejemplo, el protestantismo en la España nacional-catolicista) que hay suficiente experiencia como para saber que nunca será bueno que la religión sea un elemento constituyente de un Estado, a lo que no debemos de renunciar nunca es a tener el derecho de que la sociedad civil sí que sea públicamente religiosa. ¿Hemos dejado el mundo en manos de gente sin escrúpulos ni temor de Dios, y callamos, y nos encerramos en casa, por miedo a ser nosotros tildados de fundamentalistas? ¿En base a qué ética podemos denunciar las injusticias sociales? Nosotros sólo lo podemos hacer en base a la que se deriva del Evangelio. Porque, dadme una ética natural y os demostraré lo que os venga en gana. Recordemos que ya con la Grecia y la Roma antiguas, el sincretismo era entonces y sigue siendo ahora la herramienta de control de los poderes políticos, para fomentar un teísmo que lleve al relativismo finalmente ateo, y desfundamentar toda autoridad ajena a ellos; incluso los judíos tenían esto claro ante la romanización y la helenización que se le vino encima.

No se trata de ser moralistas ni de querer moralizar el mundo, sino de volver a recuperar la confianza en que el nuestro es un Dios al cual le debemos responder y seguir no únicamente como individuos, sino también como pueblo.

Hace unos meses, cuando hablaba en la mesa con la familia sobre los signos públicos de un cristiano, descubrí que mi sobrino se pensaba que hacer el signo de la cruz (persignarse) quería decir que habías marcado un gol. Hace muchos meses, hace muchos años, que no veo ninguna mesa de un restaurante en donde sus comensales, antes de iniciar la comida, la bendigan.
Y quien no quiera ver que estamos fallando como pueblo en cuanto faltamos a nuestro testimonio público del Cristo, se está refugiando en consuelos teológicos sobre una supuesta purificación de la fe: no se trata de liberarse de la religión sino de liberarse de la vergüenza de ser cristianos públicos, es decir, no querer moralizar el mundo sino evangelizarlo.
¡Sin complejos!


Enric Ainsa i Puig

El presente artículo, se publicó originalmente en catalán en "El Butlletí" de la Església Protestant de Barcelona – Centre, nº 1415 de 20 de juliol de 2014. La traducción al castellano es del autor.

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