Hace tiempo que nos
tienen aleccionados con esto de que las religiones han causado muchos males a
la humanidad, y que las guerras más brutales han sido causa de los
fundamentalismos religiosos.
Pues bien, hoy en día el
mundo es laico, ¡al menos sus gobernantes! De hecho, la sociedad posmoderna nos
ha inculcado que era conveniente -en favor de la convivencia y de la
tolerancia- que la religión, y en consecuencia y sobre todo el cristianismo,
quedase relegada al ámbito privado y familiar. Es el precio de la democracia...
¿Y qué tenemos? En el
siglo XX se han cometido los crímenes más inmensos contra las personas, sus
vida y sus dignidades, superando y de lejos con el Holocausto de la Segunda
Guerra Mundial al genocidio del siglo XVI en el Nuevo Mundo. En el Occidente
actual, hace pocos años, quien entonces fuese el presidente Bush, nos dijo que
Dios le había dicho de hacer la guerra santa, pero todos sabemos que era por el
petróleo. Los gobernantes más tiranos del Oriente Medio contra los que se ha
alzado el pueblo oprimido en la 'primavera árabe' no eran precisamente los más
religiosos ni fundamentalista, pero sí los más ricos. Pero incluso antes del
siglo XX, cuando se mataba en nombre de la religión, sería bueno que nos
preguntásemos si eso no pasaba más bien a causa del oro y la plata, en el caso
de la América colombina, o para mantener el dominio de Roma sobre los países de
la Reforma que habían iniciado una escisión del imperio en la próspera Edad
Media, o cuáles eran los motivos reales en tantos y tantos casos en la
Historia.
¿Qué pienso al respecto?
Que nos han querido hacer creer que las culpables eran las religiones cuando
realmente han sido -como siempre- los intereses de los poderosos (como ya hace
cuatro mil años que lo denuncia la Biblia), y que estos poderosos se han
sacudido de encima el hecho de ser vigilados por la ética de un pueblo
creyente. Ahora nos han quitado la autoridad de poder recriminar públicamente
desde la ética cristiana que lo que los gobernantes hacen, no está bien. No
está bien asesinar, perseguir, reprimir, ni controlar a la población; no está
bien ahogarla económicamente, ni robarle sus frutos, ni apartarla del acceso a
la salud o a la formación. No está bien especular, desahuciar, ser usurero,
acumular riquezas...
Aunque es cierto (y así
lo puede testificar, por ejemplo, el protestantismo en la España
nacional-catolicista) que hay suficiente experiencia como para saber que nunca
será bueno que la religión sea un elemento constituyente de un Estado, a lo que
no debemos de renunciar nunca es a tener el derecho de que la sociedad civil sí
que sea públicamente religiosa. ¿Hemos dejado el mundo en manos de gente sin
escrúpulos ni temor de Dios, y callamos, y nos encerramos en casa, por miedo a
ser nosotros tildados de fundamentalistas? ¿En base a qué ética podemos
denunciar las injusticias sociales? Nosotros sólo lo podemos hacer en base a la
que se deriva del Evangelio. Porque, dadme una ética natural y os demostraré lo
que os venga en gana. Recordemos que ya con la Grecia y la Roma antiguas, el
sincretismo era entonces y sigue siendo ahora la herramienta de control de los
poderes políticos, para fomentar un teísmo que lleve al relativismo finalmente
ateo, y desfundamentar toda autoridad ajena a ellos; incluso los judíos tenían
esto claro ante la romanización y la helenización que se le vino encima.
No se trata de ser
moralistas ni de querer moralizar el mundo, sino de volver a recuperar la
confianza en que el nuestro es un Dios al cual le debemos responder y seguir no
únicamente como individuos, sino también como pueblo.
Hace unos meses, cuando
hablaba en la mesa con la familia sobre los signos públicos de un cristiano,
descubrí que mi sobrino se pensaba que hacer el signo de la cruz (persignarse)
quería decir que habías marcado un gol. Hace muchos meses, hace muchos años,
que no veo ninguna mesa de un restaurante en donde sus comensales, antes de
iniciar la comida, la bendigan.
Y quien no quiera ver
que estamos fallando como pueblo en cuanto faltamos a nuestro testimonio
público del Cristo, se está refugiando en consuelos teológicos sobre una
supuesta purificación de la fe: no se trata de liberarse de la religión sino de
liberarse de la vergüenza de ser cristianos públicos, es decir, no querer
moralizar el mundo sino evangelizarlo.
¡Sin complejos!
Enric Ainsa i Puig
El presente artículo, se publicó originalmente en catalán en "El Butlletí" de la Església Protestant de Barcelona – Centre, nº 1415 de 20 de juliol de 2014. La traducción al castellano es del autor.
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