miércoles, 18 de marzo de 2020

Tiempos difíciles


Según el pensamiento de uno de los teólogos más importantes del siglo XX, el pastor luterano Paul Tillich, el hombre siente angustia por tres causas diferentes: por la inflexibilidad de la muerte, por la falta de sentido de la vida y por la culpa de no haber sido coherente con su proyecto de vida. Es así que, siguiendo en esta línea de razonamiento, encontraríamos que “el coraje de ser ante la vida” es una parte muy importante de nuestra existencia. Nuestra forma de enfrentarnos al mundo, a la adversidad, a la enfermedad es un factor que en cierta forma necesita de nuestro arrojo.



Estos días en los que parece que la enfermedad gana terreno a la humanidad, podemos llegar a sentirnos bajos de moral, faltos de energía. Pensamos en cosas que en otros momentos ni si quiera atenderíamos. Nosotros los cristianos, para estas situaciones, disponemos de unos recursos que nos ayudan a poner luz frente a nuestros pasos. Tenemos la suerte de conocer la vida de Cristo. En los relatos de los Evangelios hayamos en Jesús un ejemplo de fuerza constante, un ejemplo de búsqueda y encuentro del sentido de la vida, una esperanza que se ofrece y que va más allá de la muerte.



Escuchaba esta semana que en muchas comunidades de vecinos se habían pegado carteles a su entrada. En estos carteles, los miembros más jóvenes, se presentaban voluntarios para ayudar a todos aquellos que necesitasen algo (comprar comida, comprar medicamentos o simplemente hablar un rato). Este ejemplo de solidaridad, de misericordia, creo que es magnífico y esperanzador. La persona que se enfrenta a las mayores adversidades y en ese momento se detiene, mira a su alrededor y da la mano a los que sufren quizás no es del todo consciente, pero está encendiendo una vela en la oscuridad. Estos actos no dejan de ser actos de valentía y de arrojo, una enseñanza que nos recuerda el verdadero sentido de este viaje.



“Dos ciegos que estaban sentados junto al camino, al oír que pasaba Jesús, gritaron:
—¡Señor, Hijo de David, ten compasión de nosotros!
La multitud los reprendía para que se callaran, pero ellos gritaban con más fuerza:
—¡Señor, Hijo de David, ten compasión de nosotros!
Jesús se detuvo y los llamó.
—¿Qué quieren que haga por ustedes?" 
                                                                     Mateo 20:30-34 (NVI)


Un abrazo, amigos del camino.
José A. Flores (Huesca)