viernes, 7 de junio de 2019

Reflexiones sobre la oración.

La oración es para el cristiano una auténtica expresión de fe, donde hacemos un intento o deseo de acercarnos a Dios. Nuestro deseo es intentar aproximarnos al Señor como lo haríamos con un amigo íntimo, haciéndolo sin ninguna pretensión y de una forma sincera. En estos días, de ajetreo y rápida vivencia, hallar un momento para este “encuentro” es para muchos de nosotros difícil. En muchas ocasiones sólo aparece la voluntad, de unirse a Dios mediante la oración, cuando aparece una situación de pura necesidad o límite (casi rozando actitudes exigentes y superficiales). Sin lugar a dudas, este diálogo con la Divinidad, puede responder a cómo es nuestra relación con Él.

Según el evangelio, encontramos a Jesús como ejemplo de acercamiento al Padre mediante la oración. Es en este sentido donde vemos al Nazareno unirse al Salvador, de una forma más rutinaria durante la mañana (antes de amanecer) y por la noche. Pienso que estos dos momentos son claves  para poder ejercitar esta praxis. Ocasiones donde, de una forma muy personal, nos fundimos al Padre; instantes donde nuestro recogimiento y búsqueda de un diálogo íntimo pueden llevarnos al recogimiento con el Altísimo, de una manera más profunda. No podemos llegar a la misma comunión que Jesús practicó con el Señor, pero si que es una enseñanza que se nos ofrece en el Nuevo Testamento y debemos de tener bien presente.

Pero, ¿es esta la única forma de orar? Pues entiendo que no. Creo que, además de tener esta comunión íntima con Dios, tiene un gran peso la oración en comunidad. En nuestras liturgias o cultos, compartimos nuestra fe de una forma comunitaria, oramos juntos y nos hacemos partícipes del “corazón del otro”; nos hacemos “uno” en nuestro amor a Cristo y en nuestro amor al prójimo. Una oración que complementa a la que realizamos en la intimidad. El apóstol Pablo incluso pasaba gran parte de su tiempo en oración por otros creyentes, manteniéndose ocupado día y noche (1 Tes 3:10; 2 Tim 1:3).

Podríamos preguntarnos si esta oración es siempre una actividad programada, si es una actividad que siempre está sujeta a unos horarios determinados (antes del amanecer y en la noche) o en unos lugares fijos (liturgias o cultos). Entiendo que no. En muchas ocasiones y, hablo desde una visión más personal, nuestra mente parece evadirse buscando ese recogimiento (aunque solamente sea de una manera mental o “virtual”). Puede aparecer por un determinado recuerdo, por una lectura, por unas palabras escuchadas... pero siempre movido por nuestra profunda fe, por el amor a Dios y a nuestros hermanos.

Es en este sentido que podemos ver como la oración puede evolucionar a una actividad menos “formal”, a una actividad que puede ser más espontanea y que puede ser abrazada a lo largo de todo nuestro día. Considero que, aunque muchas personas entiendan la oración como un acercamiento a Dios la cual debe de ser muy “formal” (postura, circunstancia, lugar, tiempo, etc...) esta puede tomar un cariz menos protocolario, acercándola más a nuestra cotidianidad. Sería bueno poder llegar a comprender que la “oración” no es siempre demandar a Dios, sino que es en ella donde volvemos nuestra alma hacia Dios (Salmo 25:1). Estamos en ese momento con Él, aunque Él siempre esté con nosotros.

Cuando leemos a Dolores Aleixandre en “El Don que se recibe en lo escondido, la interioridad en la Biblia” nos hacemos eco de una serie de herramientas que pueden ser fundamentales para nuestra oración. Esta autora nos comenta la importancia que tiene el acercarse a Dios desde un punto “escondido” (basándose en Mt 6,5-6). Comprender ese habitáculo en la soledad, desde donde nos dirigimos al Señor, es comprender el cara a cara que tenemos por delante, comprender que vamos a iniciar un momento en que la hipocresía está condenada al fracaso ya que la acción y sabiduría de la Divinidad está por encima de toda manipulación (Jue 16,15). Es entonces donde brota del habitáculo un aire de integridad y sinceridad, el cual intentamos respetar como regla prima en nuestro acercamiento silencioso a Dios.

Por último sólo decir que nuestra oración evolucionará y madurará tanto en cuanto esta se vaya transformando en oración sincera, cuando nos aproximemos a mostrarnos tal como somos realmente delante de Dios; como escribe Dolores Aleixandre: cuando seamos capaces de vender “todas esas posesiones de parecer” (“El Don que se recibe en lo escondido”, p. 9). Un abrazo amigos del camino.
(Aportado por José Viladecans - Huesca)