martes, 17 de abril de 2012

La importancia de la oración.

Hoy queremos compartir dos textos publicados en el boletín de la Iglesia de Jesús IEE de Madrid, "Entre nosotros". Ambos fueron escritos por el pasto Enric Capó, fallecido el pasado día 9 de marzo. El primero "Orar" aparecía en la revista nº 52 y el segundo "Oración de año nuevo" en el nº 53.
El primero es una meditación sobre la importancia de la oración en la vida del creyente, y el segundo es una oración de un hombre de fe.

MEDITACIONES: ORAR
La vida cristiana expresa su realidad mediante la oración. Le es indispensable. No puede haber ninguna clase de vida cristiana si la oración no está presente. El cristiano es, por definición, el hombre (o la mujer) que ora. Si la oración desaparece de su vida, no queda nada que sea específicamente cristiano. Quedará el hombre religioso, el moralista, la persona honesta, el católico o el protestante, pero le faltará lo que es fundamental. La diferencia será tan profunda como la que hay entre una rosa natural y una artificial. A primera vista, podrán parecer iguales, pero la diferencia es abismal. Una tiene vida, la otra no la tiene ni la ha tenido nunca.
Pastor Enric Capó
El primer movimiento del hombre tocado por la gracia de Dios es orar. Quizás no sepa cómo hacerlo, no qué decir, ni qué pedir. Quizás no tenga nada que pedir. Pero el Espíritu que ha entrado en su vida, ora en él y por él. Y lo que sale del corazón, lo que el Espíritu provoca en el hombre convertido, es el anhelo de Dios, la oración más profunda; “Abba”, que significa, “Padre” (Ga 4,6; Ro 8,15). Orar es, pues, en primer lugar, la aspiración a Dios, el encuentro. Entrar y vivir en una comunión. Diálogo. Hablar y escuchar. Dios y nosotros, en una relación auténtica, en la que hay, en primer lugar, la magia del éxtasis y la contemplación, la maravilla del encuentro con el infinito. Después vendrán las palabras, las de alabanza que surgirán espontáneas de nuestros labios, las de reconocimiento de nuestra pequeñez e imperfección, finalmente, como culminándolo todo, la presentación de nuestras necesidades y las de los demás. Pero, no haciendo de la oración sólo un instrumento funcional para obtener aquello que de otra forma no podríamos conseguir, sino reconociendo ante Él nuestra realidad humana total. Antes que lo digamos, Él ya lo sabe, pero quiere oírlo, quiere que lo digamos porque, al decirlo, nos ponemos en la situación en que la bendición de Dios es posible.

Pero la oración no es solamente hablar, es también escuchar. Es en el momento de la oración que nos llega la Palabra de Dios y, a veces, con fuerza inusitada. En aquel momento, la Palabra ya no es una enseñanza que nos viene del pasado. Se convierte en Palabra Viva. La escuchamos en el contexto de nuestra vida. El Espíritu establece el lazo entre ella y nuestra realidad. Y es entonces que podemos comprender la voluntad de Dios y podemos entender qué es lo que Dios pide de nosotros. Por esta razón, la oración va tan unida a la lectura y reflexión de la Palabra de Dios. Si en nuestra oración no dejamos lugar al espacio del silencio y la escucha, perdemos la bendición que significa haber entrado a la presencia del Padre. Si no es así, entonces la oración sería un monólogo, cuando siempre ha de ser diálogo, un dar y recibir.
Orar no es sólo tratar de mover a Dios para que quiera lo que yo quiero. Esta es una actitud totalmente lícita, aunque nunca deberíamos abusar de ella, porque el que Dios quiere es mucho mejor que lo que nosotros queremos. Nosotros vemos sólo una parte del panorama total, Dios ve la totalidad. Nosotros vemos las necesidades inmediatas, Él ve el futuro. Por esto, orar es, también y especialmente, pedir a Dios que nos mueva a querer lo que Él quiere. Y esto es importante. En la oración podemos luchar como Jacob, en el torrente de Jacob, o como David ante la enfermedad de su hijo, pidiendo cosas muy concretas. Pero también podemos luchar como Jesús en Getsemaní para que aceptemos y queramos lo que Dios ha dispuesto. Y no hacerlo de manera pasiva, sino activa.
Orar es una función del cristiano, personal e intransferible. Pero también es una acción comunitaria. Las dos son importantes. Individualmente, enfatizamos que Dios es “la hermosa heredad que me ha tocado” (Si 16, 6); comunitariamente, manifestamos nuestra solidaridad con un pueblo, el de Dios, haciendo nuestras sus necesidades y sus preocupaciones.
La recomendación apostólica es clara y limpia: “estad siempre gozosos, orad sin cesar, dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús”(1Ts  5,16)
Enric Capó
Viernes 14 de enero de 2011
Página web Iglesia Evangélica Española

ORACIÓN DE AÑO NUEVO
Dame la mano, Señor, camina conmigo. No quiero andar solo por los caminos de la vida. No quiero arriesgarme, en este año que comenzamos, a seguir mi parecer, ni confiar en mis fuerzas ni confiarme en mi sabiduría. Me conozco. Sé que soy débil, pequeño, juguete de fuerzas que no puedo controlar, paja que lleva el viento, caminante sin camino, peregrino perdido en medio del desierto. Sin Ti estoy perdido, no sé dónde voy, no tengo horizontes. Camino y la tiniebla me envuelve. Quiero hacer cosas y la debilidad me lo impide. Quiero prever el futuro y estoy ciego.
Dame la mano, Señor, quiero compañía. La tuya. Quiero tu dirección. Quiero tus objetivos que van más allá de los que son las cosas, de aquí, que vienen y van. No quiero vivir lejos de Ti, la fuente de la vida y del bien. No quiero comenzar el año en soledad. Quiero que me acompañes, que camines mis caminos, que te encuentre siempre cerca, sean cuales sean las circunstancias y las situaciones. Si el año trae risas, quiero ver cerca de mi tu rostro alegre, si trae lágrimas, quiero ver las tuyas en el rostro compasivo de Jesucristo.
De momento no quiero pedirte nada más. Pasado mañana lo haré, cuando los vientos fríos de este mundo me azoten el rostro, o los males de la vida llamen a mi puerta. Pero ahora creo que no tengo derecho a hacerlo. ¿Salud? ¿Felicidad? ¿Bienes materiales? ¿Facilidades? ¿Amigos? Tú sabes, Señor, que todo eso lo deseo y lo necesito, pero creo que no es la hora de pedirlo. Creo que no lo puedo hacer. No puedo pedir para mí lo que no tienen los demás. No soy un privilegiado. No tengo ventajas. Soy como los demás hombres, como los que no creen, como los que no te tienen, y lo acepto. El año me hará pasar por los mismos lugares que mis compañeros de camino. Los males y las aflicciones del mundo, así como las bendiciones y los bienes, pasaran igualmente por mi puerta y entrarán en mi vida. Y tiene que ser así. No tengo derecho a exigir que me hagas el camino más fácil ni más llano. Soy uno más y es como hombre que te pido esto, y nada más que esto: ven, acompáñame.
Dame la mano, Señor, y condúceme. Mis caminos son zigzagueantes, llenos de dudas y de miedos, de debilidades y de caídas. Perdóname y sálvame. No tengo ni los conocimientos ni la fuerza para caminarlos. Son más fuertes que yo. Doblega mi voluntad, me hacen caminar en direcciones que no quiero y me llevan a lugares que no querría andar. Señor, ayúdame. Necesito ti fuerza y tu luz. Te necesito cerca. Ven. Endereza mis caminos y hazlos tuyos. Que busque lo que Tú quieres, que ame lo que tu amas, que haga, por encima de todo, tu voluntad.
Este es el año que deseo y te pido. El año de tu gracia y de tu compañía. Yo, y todos los demás, tenemos un camino que hacer. Algunos te conocen y confían en Ti; otros no te conocen y no te quieren seguir. Pero para todos, para los unos y los otros, sin ningún tipo de distinción, me atrevo a pedirte que nos bendigas. Danos un buen año, que tu luz nos ilumine, tu fuerza nos fortalezca, y tu Espíritu nos inspire. Por Cristo. Amén.
Enric Capí
Enero 2012.