lunes, 1 de julio de 2019

Yo y mi prójimo


En Mt 5,21-22 aparecen una serie de instrucciones de Jesús hacia los hombres, las cuales suponen un cambio radical en cuanto a la manera de obrar que se estaba adoptando en los tiempos del Nazareno. Vemos también como en la parábola del hijo pródigo se nos da a entender que, en definitiva, quien desea ser partícipe de la casa del Padre tiene que respetar a los demás. En este sentido, cabe destacar, que el disfrute del Reino lleva consigo un respeto total entre personas. Este respeto está basado en los lazos comunitarios con aquellos que acompañan nuestro camino y nuestras andanzas. Ante el recuerdo de la Ley, Jesús añade una explicación misericordiosa, la cual complementará dicha norma. Entendemos pues que, el apartarse de las relaciones interpersonales fraternas con nuestro prójimo, vecino o hermano supondrá también un quebranto de la ética judía (aquí tendría mucho peso la parábola del buen samaritano, aquel que sigue lo que le dicta su corazón sin temor a cometer un acto impuro). Es este rechazo o alejamiento para con el “otro” el que nos señala Jesús; animándonos a esforzarse por no adoptarlo en nuestros actos corrientes y diarios. Es posible que Jesús estuviese protestando ante la forma de observar la antigua Ley, denunciando así que se había llegado a un punto donde la humanidad no era lo principal; humanidad tan necesaria para nuestras relaciones interpersonales (en Mt 5,20 podemos ver como Jesús acusa a los maestros y fariseos de una forma muy directa).

    El teólogo alemán Dietrich Bonhoeffer poseía un lema el cual puede explicar muy bien esta relación con el prójimo. Este lema era el siguiente: “entre mi prójimo y yo está Cristo”. Para él este era el fundamento de su idea de comunidad, sobre todo porque representaba de qué manera el prójimo desea ser amado (tal y como es en su interior). Sabemos que entre nosotros, en nuestras relaciones, siempre aparecen diferencias empujadas por nuestro egoísmo. Es en este momento donde tendremos que hacer uso de nuestro amor espiritual, del amor fraterno cristiano, ofrecido por Dios como don. A raíz del fundamento de Bonhoeffer y, después de desarrollarlo en su obra “El precio de la gracia”, surgió un nuevo concepto el cual explica muy bien aquello que podría estar afectando a los judíos de la época de Jesús. Este nuevo concepto era la “gracia barata”. Este término señalaba la “devaluación” que sufría la “vida cristiana” (una vida que Jesús se había preocupado en resaltar entre sus contemporáneos y que después estuvo tan arraigada en la espiritualidad de las primeras comunidades). Debemos entender, tal como se apunta en el tema, que el ser discípulo de Jesús no es aquel que en su forma de actuar solamente está movido por un ejemplar cumplimiento de la Ley; sino que está movido por su corazón y es radicalmente capaz de representar la forma de actuar de Cristo ya que, al fin y al cabo, es Este quien se encuentra posicionado entre yo y mi prójimo. Un abrazo, amigos del camino. (Aportado por José Viladecans).

viernes, 7 de junio de 2019

Reflexiones sobre la oración.

La oración es para el cristiano una auténtica expresión de fe, donde hacemos un intento o deseo de acercarnos a Dios. Nuestro deseo es intentar aproximarnos al Señor como lo haríamos con un amigo íntimo, haciéndolo sin ninguna pretensión y de una forma sincera. En estos días, de ajetreo y rápida vivencia, hallar un momento para este “encuentro” es para muchos de nosotros difícil. En muchas ocasiones sólo aparece la voluntad, de unirse a Dios mediante la oración, cuando aparece una situación de pura necesidad o límite (casi rozando actitudes exigentes y superficiales). Sin lugar a dudas, este diálogo con la Divinidad, puede responder a cómo es nuestra relación con Él.

Según el evangelio, encontramos a Jesús como ejemplo de acercamiento al Padre mediante la oración. Es en este sentido donde vemos al Nazareno unirse al Salvador, de una forma más rutinaria durante la mañana (antes de amanecer) y por la noche. Pienso que estos dos momentos son claves  para poder ejercitar esta praxis. Ocasiones donde, de una forma muy personal, nos fundimos al Padre; instantes donde nuestro recogimiento y búsqueda de un diálogo íntimo pueden llevarnos al recogimiento con el Altísimo, de una manera más profunda. No podemos llegar a la misma comunión que Jesús practicó con el Señor, pero si que es una enseñanza que se nos ofrece en el Nuevo Testamento y debemos de tener bien presente.

Pero, ¿es esta la única forma de orar? Pues entiendo que no. Creo que, además de tener esta comunión íntima con Dios, tiene un gran peso la oración en comunidad. En nuestras liturgias o cultos, compartimos nuestra fe de una forma comunitaria, oramos juntos y nos hacemos partícipes del “corazón del otro”; nos hacemos “uno” en nuestro amor a Cristo y en nuestro amor al prójimo. Una oración que complementa a la que realizamos en la intimidad. El apóstol Pablo incluso pasaba gran parte de su tiempo en oración por otros creyentes, manteniéndose ocupado día y noche (1 Tes 3:10; 2 Tim 1:3).

Podríamos preguntarnos si esta oración es siempre una actividad programada, si es una actividad que siempre está sujeta a unos horarios determinados (antes del amanecer y en la noche) o en unos lugares fijos (liturgias o cultos). Entiendo que no. En muchas ocasiones y, hablo desde una visión más personal, nuestra mente parece evadirse buscando ese recogimiento (aunque solamente sea de una manera mental o “virtual”). Puede aparecer por un determinado recuerdo, por una lectura, por unas palabras escuchadas... pero siempre movido por nuestra profunda fe, por el amor a Dios y a nuestros hermanos.

Es en este sentido que podemos ver como la oración puede evolucionar a una actividad menos “formal”, a una actividad que puede ser más espontanea y que puede ser abrazada a lo largo de todo nuestro día. Considero que, aunque muchas personas entiendan la oración como un acercamiento a Dios la cual debe de ser muy “formal” (postura, circunstancia, lugar, tiempo, etc...) esta puede tomar un cariz menos protocolario, acercándola más a nuestra cotidianidad. Sería bueno poder llegar a comprender que la “oración” no es siempre demandar a Dios, sino que es en ella donde volvemos nuestra alma hacia Dios (Salmo 25:1). Estamos en ese momento con Él, aunque Él siempre esté con nosotros.

Cuando leemos a Dolores Aleixandre en “El Don que se recibe en lo escondido, la interioridad en la Biblia” nos hacemos eco de una serie de herramientas que pueden ser fundamentales para nuestra oración. Esta autora nos comenta la importancia que tiene el acercarse a Dios desde un punto “escondido” (basándose en Mt 6,5-6). Comprender ese habitáculo en la soledad, desde donde nos dirigimos al Señor, es comprender el cara a cara que tenemos por delante, comprender que vamos a iniciar un momento en que la hipocresía está condenada al fracaso ya que la acción y sabiduría de la Divinidad está por encima de toda manipulación (Jue 16,15). Es entonces donde brota del habitáculo un aire de integridad y sinceridad, el cual intentamos respetar como regla prima en nuestro acercamiento silencioso a Dios.

Por último sólo decir que nuestra oración evolucionará y madurará tanto en cuanto esta se vaya transformando en oración sincera, cuando nos aproximemos a mostrarnos tal como somos realmente delante de Dios; como escribe Dolores Aleixandre: cuando seamos capaces de vender “todas esas posesiones de parecer” (“El Don que se recibe en lo escondido”, p. 9). Un abrazo amigos del camino.
(Aportado por José Viladecans - Huesca)