Introducción
No hay nada tan
deseado y temido por los seres humanos como la renovación. Siempre que oímos
hablar de que una renovación se acerca algunos que se alegran mucho y dan
gracias a Dios porque sus oraciones han sido contestadas. Dicen: “Al fin,
Señor, ya era hora que esto cambiara”. Otros, al contrario, se empiezan a
preocupar porque la renovación que se acerca afecta sus intereses, sus
posesiones, su manera de entender las cosas.
Quienes temen a
la renovación dicen: “Señor, ten piedad de nosotros, no permitas que esto vaya
demasiado lejos”. Y es verdad. Las renovaciones siempre benefician a unos y
perjudican a otros. De todas formas, más tarde o más temprano, la renovación
llega. Es un proceso natural de la vida. Por eso debemos prepararnos para los
cambios, sobre todo cuando estos son necesarios para el bien de la inmensa
mayoría.
Muy pocas veces
las renovaciones son bien recibidas por todos y sus protagonistas son tildados
de locos, fanáticos, inconformes, revolucionarios. La incomprensión y la
oposición acompañan a la renovación, pero el paso del tiempo va dando razón a
quienes parecían no tenerla. La historia humana está llena de momentos
renovadores. La historia de la iglesia, por ser también historia humana, no ha
estado ni estará ajena a la necesidad de la renovación.
Uno de esos
momentos de mayor renovación en la vida de la iglesia fue sin duda la Reforma
Protestante del siglo XVI, y sus modestos inicios se deben a las locuras de un
joven monje alemán llamado Martín Lutero. Uno de los legados más valiosos de la
Reforma –y en el cual Lutero y sus contemporáneos jugaron un papel
importante– es la renovación litúrgica.
Esa experiencia mantiene un gran significado para nuestras iglesias hoy.
¿En qué consiste
esta vigencia o testamento litúrgico de la Reforma? Para responder a esta
pregunta vamos a considerar tres aportes fundamentales de la Reforma en el
ámbito del culto cristiano:
1. La renovación litúrgica responde a una renovación
teológica:
1.1 El principio
protestante de la "sola Escritura" restaura el lugar central de la
Palabra en el culto cristiano. Traducir la Biblia al alemán, leer las
Escrituras y predicar en el idioma que la gente entiende, son obras de Lutero
que demuestran la importancia de devolver la Palabra de Dios al pueblo. La poca
preparación de muchos sacerdotes provocó la crisis de la predicación en la Edad
Media, cuando, en lugar de leer las Escrituras, se usaban pasajes de la vida de
los santos. Así, la fe se distorsiona, se diluye en lo secundario, y no se
enfoca en lo esencial del evangelio. Así también la fe puede ser manipulada de
acuerdo con los intereses de quienes tienen acceso a la Biblia y la pueden
interpretar.

Hoy en día,
muchos sermones se preparan a partir de historias y anécdotas sensacionalistas
y se pierde la inspiración bíblica de la predicación cristiana. Algunos también
se limitan a ciertos pasajes conocidos, preferidos y de fácil interpretación,
olvidando la riqueza de todo el mensaje de Dios en la Biblia. Al contrario de
Lutero, reformadores como Calvino y Zwinglio rechazaron el uso del Leccionario
y el Calendario Cristiano y eligieron los pasajes bíblicos que debían ser
leídos en el culto, de acuerdo con lo que querían predicar.
1.2 Lutero no
solamente se valió de la lectura bíblica y la predicación para difundir las nuevas
doctrinas de la Reforma, sino también del mensaje de los himnos. Para Lutero,
los himnos tenían tres propósitos fundamentales: Litúrgico: conservar la
tradición de la iglesia; teológico: adorar a Dios y proclamar el evangelio, y
pedagógico: comunicar la nueva doctrina, educar en la fe cristiana. Lutero
privilegiaba la simplicidad de la melodía para que el texto fuese comprendido
claramente. Sonidos y palabras simples harían posible la comunión entre el
creyente y Dios.
Sólo aquello que
cantamos y entendemos es capaz de educarnos. Un líder de la iglesia Romana en
aquellos días declaraba: "Los himnos de Lutero han sido mucho más dañinos
que todos sus sermones y sus libros". Por su parte, Calvino, en su afán de
ser fiel a las Escrituras, redujo el canto congregacional al canto de los
Salmos. Entendía que toda la música extrabíblica creada por los seres humanos
no era apta para la adoración a Dios. No se daba cuenta de que con esta actitud
dejaba fuera de los himnos los temas esenciales del Nuevo Testamento: Cristo y
la iglesia. Nosotros, hoy, entendemos que la iglesia debe alternar el canto
bíblico con aquel que refleja la realidad del mundo en el cual vivimos y al
cual servimos.
1.3 Los
principios de la "sola gracia" y "la sola fe" hicieron
entender el culto como un encuentro de los creyentes libres, entre sí y con
Dios. El culto va a perder su carácter sacrificial –idea promovida por la doctrina de la transustanciación– y meritorio –la
idea de que asistir al culto nos hace mejores cristianos, al tiempo que
acumulamos puntos para nuestra salvación– para convertirse en una experiencia gozosa de la
gracia de Dios, en el disfrute de los beneficios del amor de Dios. No se ofrece
en el culto ningún sacrificio, a no ser la entrega de la propia vida a la causa
de Cristo. El culto es cristocéntrico, adoramos a Cristo, no al sacramento. El
culto, al igual que la iglesia que lo celebra, no es una institución, es la
comunión de los creyentes con Dios, es alabanza y adoración por su salvación
gratuita.

1.4 Estos principios se complementan de manera
equilibrada, cuando el culto se concibe como una experiencia didáctica y
devocional, racional y mística. Es importante relacionar la verdad bíblica con
la vida de la congregación. El culto de Zwinglio privilegió la enseñanza, el de
Calvino, el canto bíblico. Ambos rechazaron el simbolismo, dimensión tan
necesaria para la espiritualidad humana. En el culto escuchamos a Dios y
orientamos nuestra vida de acuerdo con su Palabra, pero también venimos al
encuentro del misterio de Dios con todo nuestro ser, dejando que todos nuestros
sentidos, sensaciones, sentimientos y afectos se involucren en la adoración. El
culto apela a la razón y a la emoción, celebrar a Cristo es comprender su
Palabra y sentir como un fuego que nos consume, su llamado para servir a la
causa de su amor, su justicia, su paz, su perdón, su reconciliación, su reino.
2. La renovación litúrgica promueve
un culto encarnado en la cultura del pueblo
2.1
Además de teólogo, Lutero fue un músico. Siempre disfrutó del canto y amenizaba
muchas reuniones con la familia y los amigos tocando el laúd y la flauta. Esto
le permitió ser alguien sensible a los valores de su cultura.
La
recuperación del canto congregacional es una de sus grandes contribuciones al
culto de la Reforma y al culto cristiano universal. Cuando en el culto el
pueblo canta su propia música, el culto no es una experiencia extraña, ajena:
se convierte en algo que las personas aman y con lo cual se identifican
profundamente. Cantar la fe desde su propia realidad y hacerlo de manera
comunitaria y en el idioma autóctono era una manera de ejercitar el principio
del sacerdocio universal de los creyentes. El pueblo adora a Dios tal y como
es, desde su propia vida, con su propio ritmo, con sus palabras. Es una
dimensión importante de la libertad en la adoración a Dios.
2.2
Sin embargo, Calvino y Zwinglio entendieron que la música era para el disfrute
y el placer de las personas y tenía su espacio en la casa y en otras reuniones
sociales, no en el culto. Por lo tanto, en sus liturgias sólo se canta al
unísono y sin acompañamiento musical. Zwinglio fue más radical aún al plantear
que la adoración verdadera a Dios se hacía "de corazón", por lo que
no era necesario cantar, ya que la música era secundaria a la Palabra y
distraía a la comunidad de su comunión con Dios. No fue sino hacia fines del
siglo XVII que se introdujeron los himnos en las iglesias libres y
congregacionales.

2.3
La adaptación del culto a la cultura local es una necesidad de primer orden que
la iglesia había olvidado en aquellos tiempos. Lutero escribe dos guías para la
celebración del culto que responden a esta necesidad de adaptación cultural. La
primera se llamó Fórmula Missae y se usaba fundamentalmente en las iglesias y
catedrales urbanas. Algunas partes de la misa permanecían en latín, pero la
lectura y proclamación de la Palabra, así como el canto de los nuevos himnos,
se hacían en alemán. La segunda fue la Misa Alemana, la cual era totalmente en
alemán, y con una estructura sencilla, idónea para ser celebrada en parroquias
de pueblos pequeños, pueblos rurales. De acuerdo con el lugar y las
circunstancias se empleaban los cantos gregorianos en versos o las melodías
populares alemanas.
2.4
El amor de Lutero por la música histórica de la iglesia y por la música de su
tierra trajo como resultado una liturgia que unía la tradición con la novedad.
Junto al canto congregacional, se escuchaban el coro y algunos cuartetos. El
coral luterano fue una de las innovaciones en el canto cristiano cuyos aportes
han perdurado hasta el día de hoy. Mantener el equilibrio entre antiguas y
nuevas formas de culto es el desafío que Lutero nos lanza desde su tiempo.

Esa
actitud respetuosa de la riqueza del pasado y de las necesidades del presente
es la manera de no perder la identidad y la autenticidad de nuestro culto. Es
muy doloroso ver cuántas veces las iglesias confunden renovación litúrgica con
devastación del pasado. No todo lo que retuvimos del pasado es valioso, y no
todo lo que aportamos ahora es valioso. Hay que discernir, desde ambos ámbitos,
cuáles son los elementos más significativos para la comunidad que celebra,
aquellos que responden a sus necesidades, a su tiempo y a su manera de
comprender desde la fe todos los aspectos de su vida y su misión en el mundo.
2.5
Cuando ponemos a dialogar nuestro culto con nuestra cultura debemos tener
cuidado de aquellos elementos culturales que pueden afectar la identidad del
culto cristiano. Los reformadores del siglo XVI reaccionaron ante una cultura
religiosa dominante representada por la jerarquía de la iglesia romana y, a la
vez, recibieron inspiración para sus cambios en todo el movimiento de
renovación cultural que se llamó el Renacimiento. También hoy existen
"culturas dominantes" que orientan la vida y las relaciones humanas:
el armamentismo, el mercado, el machismo, el dogma ideológico, el
adultocentrismo, la religión universalista.
La iglesia de Jesucristo debe
reconocer y enfrentar las "nuevas profanaciones" que el medio
cultural trae al espacio de la celebración litúrgica: el individualismo, el
placer momentáneo, el sensacionalismo, la música que impacta pero que nada
dice, el estatus social, el culto evasivo, el consumismo religioso. Al mismo
tiempo, el culto debe promover una cultura alternativa que enfatice el poder
del amor, el de la no violencia, el poder de la reconciliación, del servicio
humilde y desinteresado, del compromiso con la paz, la justicia y la vida plena
de las personas.
3.
La renovación litúrgica promueve un
culto participativo
3.1
El culto, en los tiempos de Lutero, era asunto del clero, de la iglesia. Ellos
controlan la liturgia. El canto gregoriano era profesional, el pueblo no podía
cantar aquellas melodías difíciles. El culto era un gran acto dramático de la
vida y muerte de Jesús cuyos actores eran los clérigos, y el pueblo observaba
pasivo sin entender bien lo que pasaba. Súmese a esto que la misa se
pronunciaba de espaldas a la congregación, en latín y en voz baja, y resultaba,
así, inaudible. El pueblo sólo "asistía" a la misa, no participaba de
ella. Nosotros promovemos hoy una liturgia participativa e incluyente.
3.2
Los equipos de Liturgia son una propuesta para hacer realidad el protagonismo
de la asamblea. En la tradición protestante y evangélica, la dirección del
culto ha sido derecho exclusivo de los pastores y de algunos líderes, porque,
queramos o no, la dirección del culto implica un espacio de poder. Quien tiene
conocimiento, tiene poder. Por eso la asamblea debe conocer por qué celebra su
culto de una manera determinada. Así se democratiza el poder. Participación e
inclusividad en la liturgia son principios y valores cristianos por excelencia,
más allá de la raza, el sexo, el origen social o el nivel intelectual. Por
ejemplo, el culto que desarrollaron los grupos de la Reforma Radical,
especialmente los anabaptistas, era determinado por cada congregación local y
velaba por la participación de hombres y mujeres por igual.

3.3
Participar activa y conscientemente de la Cena del Señor era uno de los anhelos
de la Reforma. La celebración de la cena había perdido este carácter
comunitario y se había revestido de un complejo ceremonial, oscuro para el
pueblo, algo mágico y milagroso que atrajo la atención de la gente hacia lo que
veía, hacia lo sensacional. Esto incentivó la piedad popular y el pueblo
comenzó a atribuir a la hostia poderes para curar enfermos y bendecir las
cosechas. Además, los fieles sólo concurrían a la cena una vez al año y con
mucho miedo. La teología de la época enfatizaba la naturaleza pecaminosa de las
personas, de tal manera, que se consideraban indignos de participar de la cena.
De este modo, sólo el clero comía el pan y bebía la copa en lugar del pueblo.
3.4
Los reformadores querían volver a la adoración sencilla y comunitaria de los
tiempos del Nuevo Testamento (Hechos 2). Reunirse alrededor de la mesa, dar
gracias y partir el pan entre todos y todas. Para Zwinglio la cena era
expresión de la fe de la comunidad en respuesta a una ordenanza de Cristo. Como
consecuencia de ello, diseñó un ritual bastante simplificado de la comunión, le
dio un carácter de comida familiar y promovió el sentido memorial-simbólico de
la comunión. Lutero y Calvino convenían en afirmar la presencia real de Cristo
en la cena, aunque no aceptaban la doctrina de la transustanciación. Calvino
enfatizó más la idea de la "presencia real del creyente", es decir,
participar y conocer el sentido de aquella ceremonia.
3.5
En sentido general, los reformadores lucharon por la celebración frecuente de
la cena y para permitir que el pueblo participara de manera activa y
consciente, aunque no lograron hacerlo más de cuatro veces al año. Con el paso
del tiempo, la centralidad de la Palabra va a relegar a un segundo plano la
celebración de la cena, a tal punto, que hoy existen muchas iglesias evangélicas
que apenas celebran la comunión una vez al año. Es un desafío para la iglesia
cristiana en la actualidad, restaurar la igualdad de la Palabra y de la Mesa
como momentos esenciales y fundantes del culto cristiano.
3.6
El culto enfatizaba la individualidad, no la comunión. Durante la Edad Media ,
los monjes habían promovido una adoración individualizada, centrada en la
contemplación, la oración y la meditación personal, y no en la proclamación de
la Palabra –que es por esencia un acto comunitario–.
Ante la práctica extendida de las misas privadas, Lutero proclama que sin
asamblea reunida no hay culto verdadero. Es Dios quien convoca y quien reúne a
la comunidad. Es Dios el que ofrece un servicio a la comunidad a través de los
beneficios de su Palabra.
El
pueblo, entonces, responde a la palabra con arrepentimiento, obediencia,
compromiso, no sobre la base del miedo al castigo divino sino movidos por la
gratitud al amor salvador de Dios. No venimos al culto a adorar de manera
individual, sino con nuestros hermanos y hermanas. La fe cristiana debe ser
vivida y celebrada en comunidad y no de manera aislada. Si no nos congregamos
en un mismo sentir, como una sola alma, entonces no se cumplirá aquella promesa
de Jesús de que "donde hay dos o tres reunidos en mi nombre allí estaré
yo".
Conclusión
Estos aportes de la
Reforma en el ámbito del culto cristiano nos ayudan a entender como iglesia
de Jesucristo la necesidad de una constante renovación litúrgica para que
podamos ser fieles a nuestra historia y a nuestra vida. Nuestras iglesias
deberían experimentar la renovación constante como un proceso de crecimiento,
maduración y actualización de nuestra misión en
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el mundo. Esto dará
frutos positivos y permanentes en la vida de toda la comunidad de fe. Una
renovación litúrgica fiel a la rica herencia de la Reforma no debe olvidar que:
o La renovación litúrgica es la consecuencia natural
de una renovación teológica. Una nueva manera de experimentar a Dios, de leer
la Biblia y de ser iglesia en nuestros contextos de vida implica una nueva liturgia
que exprese estos cambios.
o La renovación litúrgica debe pasar por la
incorporación de nuestros valores culturales: nuestra música, nuestra manera de
decir, nuestra historia, nuestro mestizaje latinoamericano, nuestro
pensamiento, nuestra manera de relacionarnos y mostrar afecto.
o La renovación litúrgica debe promover la
participación y la inclusividad. Cada grupo de edad, cada persona trae su
aporte, su estilo, su don, para que cada celebración sea el culto de toda la
comunidad.
Lic. Amós López Rubio.
Artículo para la Revista “Signos de Vida”, CLAI